Las voces del páramo
Ismael Alonso
Bohodón Ediciones
Una novela curiosa, extraña por su forma, llamativa por su contenido.
Tiene cierto toque autobiográfico, si bien el narrador de la obra no tiene relación alguna con el autor.
El narrador de esta historia, ya en el ocaso de la vida, intenta no ya ajustar cuentas con su pasado, una sombra cada vez más lejana, sino revivir avatares que la memoria ha convertido en verdad, a pesar de la pizca de mentira que necesita toda certeza: la rigidez sentimental de su madre, Eloísa Granados; la excesiva comprensión de su padre, Tobías Centeno; las confidencias de Fausto Barreiro, el jefe de estación; sus primeros amores con la hermosa Regina Sauceda, los viajes como moderno Odiseo en busca de su particular Ítaca o la presencia constante de Orestes Badillo, una obsesión y un destino al mismo tiempo. Porque, aunque en otoño no pasa el tren en la estación de la infancia y la primera juventud, siempre es bueno esperar a que en la siguiente parada se produzca el milagro del regreso. Y la realidad, sin unas dosis de fantasía, no merece la pena. Y eso nuestro narrador, incluso el más ignorante, lo sabe.
Un arranque excelente, a continuación:
Yo, señor, no soy malo. O eso creo. Valgan estas palabras para que usted, amantísimo lector, carísimo compañero, aprenda algunas cosas de mi vida, que es como hacerlo de la suya propia. Porque todas son semejantes, al fin y al cabo, y las penas y pesares del hombre se parecen los del uno y otro como dos sombras que se miran en un espejo en el que el azogue ha sido sustituido por tu primo, por tu tío, por tu pariente lejano al que hace decenios -nunca mejor dicho- que no se le ve.
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