Verdad
Care Santos
Editorial edebé
Si en Mentira, Care Santos nos contaba la historia de Eric, trenzada con la de Xenia, la joven que le ayudará a salir de esa mentira y contar la auténtica razón por la que está internado en un Correccional para Menores, en Verdad descubriremos qué le ocurre al joven, ahora ya con dieciocho años, al recuperar la libertad. Siendo sincera, no sé cuál de las dos historias es más triste y descorazonadora: la del cautiverio o la de la libertad. Y es que Santos plantea una cuestión fundamental en la esta novela, una cuestión en la que a veces no pensamos cuando hablamos de delincuencia juvenil: lo difícil que es abrirse camino cuando uno no tiene nada y, encima, carga con el sambenito de haber sido presidiario y lo duro que puede llegar a ser romper con tu vida anterior, paso primordial, no obstante, para salir de la rueda de la violencia y la delincuencia en el que uno ha entrado.
Así, Eric trata, en un principio, de no volver a su antiguo barrio, fuente de marginalidad, delincuencia y de un pasado al que no quiere regresar. Pero descubrirá que la vida es dura y las traiciones están al orden del día, por lo que, finalmente, tendrá que retornar. Y ahí su camino volverá a torcerse.
Care Santos reflexiona, así, sobre la importancia de una buena educación y de unos padres que ejerzan como tal al mismo tiempo que nos hace pensar en el determinismo social que lleva a muchas de las personas que se crían en barrios marginales a perpetuar el clima de delincuencia, falta de educación y violencia en el que han vivido.
Pero Eric se sabe diferente y lucha por no volver a lo de siempre. En esa lucha tendrá que enfrentarse a los prejuicios de la gente pero también a sus propios prejuicios y juicios previos, incluso, sobre sus propios compañeros de correccional.
Del mismo modo, también descubrirá la traición y las trampas que son capaces de urdir los delincuentes para que caiga en el camino del mal. Lo bueno es que Eric cuenta con sólidos principios y gente que le apoya y que le echará una mano cuando más lo necesite.
También contará con el amor de Xenia, aunque en esta segunda entrega será más platónico que real, puesto que los prejuicios también jugarán una mala pasada a la relación. En este sentido, Santos también nos propone reflexionar sobre nuestras propias reacciones (como padres o como enamorados) ante amores que parecen improbables o inconvenientes y ante las decisiones que toman nuestros hijos.
Aunque puede resultar un poco decepcionante el poco protagonismo de Xenia en esta segunda entrega, lo cierto es que me ha gustado que Eric tenga que enfrentarse por sí solo a las dificultades que van surgiendo en su camino. Care Santos se aleja, así, de esa imagen del amor todo poderoso y de la dependencia emocional que se refleja en otras muchas novelas y nos acerca a un modelo de persona mucho más maduro, independiente, seguro de sí mismo e, incluso, ejemplarizante.
Y como ya ocurriera en Mentira, la literatura vuelve a ser pilar fundamental de la novela y de la vida de Eric. Si en aquella primera novela era El guardián entre el centeno la que cambiaba la suerte del protagonista, aquí volverá a hacerlo (en una sub-trama que me ha encantado y en la que me hubiera gustado que se profundizara un poquito más), junto a El Principito, otra gran obra de la literatura universal capaz de transformar vidas enteras.
Santos mantiene a la perfección la intriga de la obra y va revelando con maestría los nuevos contratiempos y trampas a los que tendrá que enfrentarse el protagonista/narrador. La novela se lee muy fácil porque esta intriga te anima a seguir leyendo pero, por ponerle algún pero, el final se me ha hecho un poco precipitado. Creo que la sub-trama de la recta final de la novela es lo suficientemente interesante como para recrearse un poco más en ella y me hubiera encantado que así fuera.
Si te gustó Mentira, no podrás dejar de leerte esta nueva novela.
No sé qué sentí cuando el vigilante de seguridad pronunció mi nombre. Fue raro. Miré la hora en el reloj de la sala común. Eran las cuatro y media de la tarde. Lo primero que pensé fue en Xenia. Me había dicho que estaría fuera, esperándome. Tenía muchas ganas de verla. Y, sobre todo, tenía ganas de verla en un lugar que no fuera ni el cuarto de visitas de la cárcel ni la sala donde se celebró el juicio de revisión de mi caso. Xenia salió a testificar, y también mi tía Carmen, y mi primo Marcelo y hasta Elena, la bibliotecaria. El juez decidió, "a la vista de las nuevas pruebas presentadas", que yo era inocente.
Inocente.
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