Apegos feroces
Vivian Gornick
Editorial Sexto Piso
Elegido Libro del Año por el Gremio de Libreros de Madrid de 2017
La editorial independiente que Santiago Tobón fundara en México en 2002 y desembarcara en España en 2005, publica este año Apegos feroces, una excelente novela de la autora Vivian Gornik, de origen estadounidense.
Una novela en cierto sentido autobiográfica, refleja con total fidelidad su niñez y su relación con su madre, haciéndonos sentir parte de la misma.
En la novela Apegos feroces cuenta básicamente su accidentado camino hacia la madurez como mujer, su recorrido hasta encarnar el tipo de mujer que desea e intenta ser. En ese itinerario, hecho de esfuerzos y sobresaltos, juega un papel determinante el amor, el cómo vivir y manejar el amor, el amor en sus múltiples caras, el amor que trata de evitar la obligación de casarse y tener hijos.
En el presente del relato, Gornick, ya madura, pasea reiteradas veces con su madre, abocada a la ancianidad, por Manhattan. Generalmente, discuten y se enfadan, como han discutido y se han enfadado desde la niñez de la autora. Esa niñez y la adolescencia de Gornick, permanentemente evocadas al detalle, constituyen el grueso del libro, su primera y mejor parte.
Los paseos con la madre en el presente -en un arco temporal de unos pocos años- tienen, igualmente, una extraordinaria fuerza literaria y están ahí no sólo para confirmar y reforzar el tema de la dificultad de las relaciones madre-hija, sino para hacernos comprender hasta qué punto Gornick se va pareciendo o no a su madre: hasta qué punto puede ser dependiente o terminar influida más de lo que quisiera por un modo de ser y comportarse que rechaza. El odio y el amor no están tan lejos entre sí.
El credo feminista de Gornick queda patente. No es, sin embargo, invasivo, en el sentido de que en Apegos feroces prevalece la narración, junto a la observación psicológica y el retrato social.
Para que os hagáis una idea del trasfondo de la obra, os dejo un pequeño fragmento:
“La relación con mi madre no es buena y, a medida que nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora. Estamos atrapadas en un estrecho canal de familiaridad, intenso y vinculante: durante años surge por temporadas un agotamiento, una especie de debilitamiento, entre nosotras. Después, la ira brota de nuevo, ardiente y clara, erótica en su habilidad para llamar la atención. Últimamente estamos a malas. La manera que tiene mi madre de ‘lidiar’ con los malos momentos es echarme en cara a gritos y en público la verdad. Cada vez que me ve, dice: ‘Me odias. Sé que me odias’. Voy a hacerle una visita y a cualquiera que esté presente -un vecino, un amigo, mi hermano, uno de mis sobrinos- le dice: ‘Me odia. No sé qué tiene contra mí, pero me odia’. Del mismo modo, es perfectamente capaz de parar por la calle a un completo desconocido cuando salimos a pasear y soltarle: ‘Ésta es mi hija. Me odia’. Y a continuación se dirige a mí e implora: ‘¿Pero qué te he hecho yo para que me odies tanto?’. Nunca le respondo. Sé que arde de rabia y me alegra verla así. ¿Y por qué no? Yo también ardo de rabia”.