Dharma, relánzate
Eduardo Gismera
Editorial Kolima
María acaba de ser despedida. Dese su atalaya en la dirección de gestión de personas de una multinacional, esta joven soltera nunca hubiera pensado que su turno estaba próximo. Una carrera profesional, repleta de éxitos, que se derrumba repentinamente. Se siente engañada, defraudada por su jefe, sin ánimo para continuar.
Una catarsis personal que supone el inicio de un viaje personal e íntimo a sus orígenes y al encuentro con un sorprendente guía en el camino. Un repaso sincero y sin tapujos a episodios que nos ocurren a diario y que nos hacen pensar que una forma distinta de estar en el mundo, también es posible.
Una forma, al fin y al cabo, de vivir la espiritualidad de manera distinta a la ofrecida en nuestra cultura durante milenios.
Mirad las primeras frases:
Soy María, tengo treinta y cinco años y ésta es una parte del relato de mi vida. Desde muy niña fui una buena estudiante, aunque el precio que pagué por ello fuese asistir sin mucha vocación a uno de esos programas universitarios preparado para personas brillantes.
Tras unos años entre libros y de aprender unos cuantos idiomas, mi ascenso en el mundo de la empresa privada fue meteórico. Un par de años como técnico, luego jefe de departamento y me convertí en una de esas chicas con alta responsabilidad en un mundo aún de hombres.
Un Máster en Dirección de Recursos Humanos en una de las mejores escuelas de negocios del mundo, me unió al que sería mi jefe durante varios años. Dejé mi puesto como Responsable de Selección en otra organización para ayudarle a crear una Dirección completa con el pacto tácito de que al concluir el proceso, trataríamos de buscar su ascenso a una Dirección General mientras yo pasaría a ser Directora de Recursos Humanos.
Todo estaba perfectamente calculado. Las horas en la oficina no dejaban mucho tiempo a la vida personal, pero nada me importaba porque el reto merecía la pena y disfrutaba. Pasamos de ser cuatro mil personas, a gestionar más de veinte mil en muy poco tiempo, y comencé a ser reconocida como alguien capaz, afable por las buenas, pero implacable a poco que algo se interpusiese en mi camino.
Los departamentos fueron adquiriendo forma. Formación, Relaciones Laborales, Desarrollo de Personas, Selección, todos con personas conocidas, de mi confianza. Constituían una especie de coraza, una garantía de futuro lo suficientemente bien construida como para encofrar mi ascenso, cada vez más próximo. Recuerdo el relevo que dirigí en el Departamento de Administración de Personal, todo un signo premonitorio de lo que vendría después pero que no fui capaz de reconocer, o más bien que no quise reconocer; esas cosas sólo les ocurrían a los demás.